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martes, septiembre 19, 2006

soy solo

En los años ochenta del siglo XIX, Gabriel Tarde anotó que "El ser humano civilizado de hoy aspira propiamente a la posibilidad de renunciar al apoyo humano". Los urbanistas contemporáneos saben que el deseo del departamento requiere más condiciones que la expectativa natural de que a un individuo le corresponda una unidad de vivienda. La prueba la han dado sin querer esos pasos atrás que en cierta época (y todavía) muchos intentaron, no hace más de veinticinco, treinta años, de retornar a la vida en comunas: como si no existieran los solitarios, el egoísmo, la rapacidad y los celos; como si no existiera el individualismo o como si el mundo fuera una esfera indivisa donde yo no soy yo y donde no hay otros. Pero el asunto es que hay otros, y que de eso no hay vuelta. La vuelta es a la ciudad, a la soledad citadina, a la tensión entre individuo y masa, a la cercanía y lejanía, al anonimato.
Se supone que el individualismo (la separación de los imperativos religiosos, estamentales, sexuales, laborales, familiares, el rechazo a interiorizar el estatus social, etcétera), es un lujo que nos ofrece la democracia de masas. En escalas mayores, es la separación de toda atención. Es un ideal contemporáneo, y nada debe a la anomia, al spleen. Estábamos parados, sentados, o acostados; un momento antes formábamos un dúo, y un instante después estamos separados, cayendo cada uno de su lado. Es una compacta masa de individuos extrañados. Extrañados antes que solitarios.
El solitario ignora el acecho de la enfermedad. El estar enfermo se ha convertido en la interpretación más corriente de la libertad. Es así incluso cuando la enfermedad no define el modus vivendi, pero permanece en el trasfondo: sin esa posibilidad, es imposible pensar los escenarios del fitness, las culturas de la dieta y las cirugías estéticas, los sedantes, el porno, el turismo y los paraísos artificiales. El diálogo entre la neurosis y las hostilidades de la vida produce una recompensa de alto valor: ser un problema para uno mismo. Se es una víctima, y uno se cree representación de la época antes que del destino, porque está lo suficientemente informado.
Fragmento del artículo de Pablo Chacón de Ñ nro. 155. A su vez fragmento del libro Los otros, una arqueología de la soledad (EDHASA).