La sonrisa que la tormenta le dibujaba sobre el bigote
Durante la tormenta de granizo del miércoles pasado no hice más que dedicarme a mirar cómo caían las piedras, golpeaban contra los vidrios del edificio donde trabajo y entraban por la ventana abierta del pasillo. Fueron entre veinte minutos y media hora de recreo y ese nerviosismo un poco histérico de lo sorpresivo. Pero había algo más. Las piedras de hielo, gigantes como no recuerdo haber visto antes, trajeron muchas imágenes que ordenaba sobre las paredes del edificio de enfrente. Me volvían a la cabeza como el agua que se cuela por las fisuras en la terraza. Y caen como gotas.
Sí. La imagen de mi padre cavando un pozo en el patio de nuestra casa de Campana, alrededor de un pequeño sauce, para tirar a modo de abono un helado de crema que nadie quiso comer. Eso ya lo conté en un poema, que el sauce creció monstruoso... Y cada otoño dejaba un colchón de hojas de un marrón triste, ni cerca de las románticas hojas del roble, que se tomaba su tiempo en crecer. Lo que el árbol descartaba iba a parar a los techos y tapaba las canaletas. Entonces, cuando estaba por llover, mi padre trepaba los techos con un balde que llenaba de hojas, las volcaba al patio, las miraba caer como nieve oscura, mientras se escuchaban los primeros truenos, a lo lejos.
Y no era sólo de obsesivo. Mi padre amaba las tormentas. Antes del olor a tierra mojada sabía que es baja la presión si alta la temperatura, que el viento del sudeste trae inundaciones, cuándo esperar un frente frío. Conocía el nombre de las nubes: los cúmulo nimbos, los cirros y sus formas increíbles, los mismos de las fotos en los libros sobre la atmósfera que ganaban la biblioteca. Es verdad, algo estudió, durante un tiempo trabajó en el Servicio Meteorológico.
Ese amor, sin embargo, venía de otro lugar. Eso entendía yo y creo que mis hermanos, también mi madre. Que sin decirlo vivíamos una mezcla de admiración y entusiasmo, de verlo feliz, con la sonrisa que no despilfarraba. Que la tormenta le dibujaba sobre el bigote.
Entonces, ya sobre el techo, olvidándose del balde, las hojas y el sauce, se le perdía la mirada en el horizonte, como adivinando de dónde iba a venir el próximo rayo. Gritaba "¡Vengan a ver!", en cueros, cuando el trueno impresionaba con su reventón. Se dejaba mojar por el agua fresca, corría a poner tachos para acumular los milímetros caídos, exclamaba que qué bien le venía esta lluvia a las plantas, a los campos. Y allá íbamos, sobre todo si era de noche.
Como ya sabía, cuando el viento se ponía a levantar el polvo de las calles de tierra, subía a toda la familia al auto. Así como estábamos, a veces sin zapatillas, salíamos a la ruta "a mirar la tormenta" en espacios tan abiertos como infinitos. Antes de la era de las autopistas, la oscuridad lejos de la ciudad era el mejor espectáculo para una noche de entre semana, teñida de rutina y televisión para la cena. Y todos lo acompañábamos fascinados de estar participando de algo que, aunque estaba al alcance de cualquiera, nos pertenecía. Sólo a nosotros.
Por eso me gustan las tormentas. Una oportunidad única que sólo a veces se filtra por la memoria. La emotiva. Los truenos detonando entre las antenas, la lluvia golpeando sobre el techo, en el fondo, pertenecen a un misterio muy complejo que quedó sin resolver. Sobre un colchón de hojas secas.
Dos días después del granizo récord, el viernes 28, se cumplió un año de la operación que marcó el principio del fin. Esa mañana mi padre salió de la habitación, ya muy flaco y asustado, diciendo que se iba a esquiar por cómo lo llevaban en camilla. Esto va para él.
14 Comments:
Muy emotivo Marce!! me gustó mucho!!!! Me hizo recordar muchísimas cosas que estaban guardaditas!
ME dejaste mudita, Marce. El relato es hermoso. Más alla de la hermosa prosa poética que tenés, me encantó tu escrito!
Goldwoman
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Marce, tu relato me estremeció.
Me hizo pensar en como algunos acontecimientos remiten al pasado y se fusionan en nuevas sensaciones...a tu papa con seguridad le llego!
besos
Caro Ban
Así como estábamos, a veces sin zapatillas, salíamos a la ruta "a mirar la tormenta" en espacios tan abiertos como infinitos. Antes de la era de las autopistas, la oscuridad lejos de la ciudad era el mejor espectáculo para una noche de entre semana, teñida de rutina y televisión para la cena. Y todos lo acompañábamos fascinados de estar participando de algo que, aunque estaba al alcance de cualquiera, nos pertenecía. Sólo a nosotros.
Me encantó todo, flaqui... Es increíble lo fantásticas que pueden ser las palabras cuando vienen desde lo más profundo del alma.
muy bueno, tengo experiencias de familia parecidas, en la isla contemplar las tormentas desde el ventanal, los rayos iluminaban los areneros mamando arena del rio...
pero, despues cuento eso, me hicistes acordar a las noches que dejabamos el laboratorio con tu viejo, el con la bici en la mano, la que nunca logré que entrara a la facu, la ataba a un árbol, ¿pensaría qu era un caballo?, nunca me explicó porque. Caminabamos cada vez mas lento, como para darnos mas tiempo para arreglar al mundo...
Me trajistes varios recuerdos, un abrazo, gracias
popy
Decirte que me caen las lagrimas, es decirte poco, quizas sean los años, quizas sean los recuerdos. No conocia tu prosa poetica, me gusta. Carlitos, el primo de Campana, siempre fresco en mi recuerdo.
MARIO REITANO
Marce: acabo de leer lo que se dice un Homenaje así, con mayúscula. Logró arrancarle una lágrima a esta alemana dura que no llora nunca. Hermoso.
Dana K
el qué y el cómo. aparte, un abrazo
Me encantó.
La descripción es muy buena march, me llevaste a esos momentos en que veía a papá con el entusiasmo de un niño.
Me siento orgulloso...
y me hiciste emocionar
besote
Tremendamente conmovedor (2 words). Kiss.
Marce, me encantó tu relato.
La imágenes se me venían a la mente: el cielo tormentoso, la ruta, la vida familiar, la montaña de hojas...
muy profundo y conmovedor.
Un beso enorme,
Vale
I love you March
kisses
Me encantó el relato March, los recuerdo chicos, en tiempos de la casa del sauce grande.
Muchos besos!!
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