versiones

"¿Y si era un avión qué? ¿Te tengo que tirar una soga?", dijo en señor, detrás mío, mientras subía al micro doble piso que me llevó a la playa. El que tiene algo de poder, lo ejerce invariable y cruelmente. Mientras los otros dos choferes me ofrecían un paquete de alfajorcitos de maicena. De cena.
Es que uno se distrae, hay mucha gente, mucha en estos días en Retiro. Trata de llegar temprano y después se aburre, lee un poco, mira la cartelera de micros, el pasaje, escucha los horarios y empresas por el altoparlante. Nada tiene mucha lógica, las familias con miles de paquetes, cajas de vino atadas con piolines, bolsas de papel apiladas delante de un hombre con los bazos en amenazante jarra; las parejas despidiéndose; el equipaje, ¿qué dice de cada uno la valija que arrastra, carga o desplaza con sus rueditas?; los puestos de diarios del Paraguay, revistas viejísimas que nadie vendería en otro contexto. Y los bares, a seis pesos el pebete, a cuatro y medio la coca... afuera la villa mira impávida la tele (el año pasado cortaron la circulación de la más clasemediera de las actividades). Bueno, las estrellas en la pampa húmeda sumaron para el desconcierto.
Después, otra cosa. La soledad del mar a no ser por las camionetas 4x4 que estacionan entre el parador y las olas. Los veleros recortados del fondo, el calor como una manta tejida y pesada. La luz: al frente de un hotel sabadoalanoche, el viento en la cara y el temblor que acumula el cuerpo al bajar de la moto... ¿Sabés? Estuvimos en una película francesa. Los restos de un pasado glamoroso en los carteles de teatro de revistas. Las silla que vuelan cuando el alcohol tarda en metabolizar. La basura. El olor de los eucaliptos en el bosque, el hogar como el espacio que elige la calma para poner sus huevos.