los otros 80
Una mañana de primavera, salí del ateneo donde iba a patinar. El día estaba nublado y el pelo duro de la tierra que se levantaba en el aire cuando las ruedas giraban a toda velocidad, siguiendo Castillos de hielo. Una mochila Adidas remendada en las tiras, rotas varias veces del peso de los patines, en la espalda. Llegaba y salía sola: mamá no iba a buscarme en auto, tampoco hablaba con otras madres sobre cómo lustrar el aparato esperando a que conecten la línea telefónica. No fui una gran patinadora. Me faltó un poco de gracia aunque todavía soñaba con emociones fuertes. Y tenía la campera de mamá, a la moda y bien deportiva: ¡ me quedaba de bien!
Con permiso y sin compañía, por entonces ya iba al club, a patinar, a casa de mis compañeras y al curso de ingreso al colegio. El flequillo duro de la tierra era especial para que el jopo sea alto y parejo, sin gomina ni jabón. Las chicas usaban pañuelos de señora y jeans de marca. Si hubieran visto mi pelo endurecido y mi campera nueva... Salí del ateneo y caminé hacia la plaza, la crucé orgullosa: todos se daban cuenta de mi campera, de los patines en la mochila, que iba sola con rumbo definido.
1 Comments:
buenísimo. esto vi: march, sentada en los sillones de la fs, leyendo este texto, dos años atrás.
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